(Por Sebastián Saijo) - Le tocaba una de las paradas más difíciles del torneo. Contra un equipo europeo forzado a realizar un recambio en un plantel joven y sin líderes. La derrota fue contundente, se vieron reflejadas las verdaderas falencias que hubo en defensa, bajas avisadas con anticipación y otras con situaciones inesperadas. En Kayseri y Estambul, las ciudades donde disputó sus encuentros, nunca terminó de convencer en su forma de juego y quedó eliminada sin merecimientos, por lo menos, en este partido. Para emprender el viaje de vuelta con la tranquilidad de saber que una eliminación temprana estaba entre los planes aunque no se haya dicho. Pero es inevitable pensar más adelante, donde el preolímpico es un examen para aprobar sin errores y le dará la posibilidad de realizar un broche dorado, a este sueño que se va acabando, en Londres 2012.
Los dirigidos por Sergio Hernández, chocaron contra un serio candidato. Fue un encuentro muy simple de explicar, luego de verlo y con el resultado concretado: “para terminar bien, hay que empezar bien”. Y esa fue la clave que el equipo lituano supo aprovechar en el comienzo del partido y que se extendería durante los cuarenta minutos, incluso con la eliminación ya consumada en el primer tiempo. Los veinte puntos de diferencia que Lituania había sacado dejaban una leve esperanza en los más optimistas.
Dos emblemas de este plantel, Luis Scola y Carlos Delfino, no le encontraron nunca la vuelta. Producto de una semana agitada. Todo lo que habían disputado lo resumía bien el jugador de Houston Rockets tras la victoria sufrida, como de costumbre, sobre Brasil: “Nosotros ganamos así, partidos muy cerrados y no creo que más adelante sea diferente. Este grupo no gana por diez o quince puntos”.
Pablo Prigioni comenzaba a tener más ida y vuelta al banco y en esos momentos, la albiceleste quedaba tambaleando en la creación. Un falso Delfino, realizando la tarea de otros, otorgaba puntos fáciles al rival que no fallaba en su ofensiva y dejaba al descubierto las grandes diferencias en cuanto al desgaste físico que acumulaba cada uno.
La columna vertebral argentina comenzaba a despedirse de algo que había empezado como sueño y termino siendo un consuelo. Palabra que a este equipo no le gusta, jamás le gustó y no cambiará en lo siguiente.
Sin tiempo para masticar la derrota por no poder subir al podio, Rusia fue un paso para poder llegar a disputar, luego de 16 años de espera, la gran revancha contra España. Esta vez, por el quinto puesto pero con todos los aires de una final, en el primer encuentro de la jornada que cerraba el campeonato.
En Logroño, previo al inicio del campeonato mundial, Argentina dio una señal. En un posible cruce no regalaría nada. Y así sucedió, el escalón final no interesaba. Era ganar porque estaba España, el último campeón. Porque esa penetración de Emanuel Ginobili que se encontró encerrado y descargando para Andrés Nocioni en tierras asiáticas por las semifinales del último encuentro importante contra la curiosamente, en lo sucesivo, llamada “ÑBA”, seguía lastimando.
Pero como bien decíamos que no hubo tiempo de masticar la derrota, bien saben digerirla. Y transformarla en un fuego interior que mantiene las ganas de pelear algo siempre. Insistimos, sin interés de posición final.
La diferencia sacada en el comienzo, anular a los tres más peligrosos de este conjunto español (Ricky Rubio, Juan Carlos Navarro y Rudy Fernández), soportar una pesadilla que podríamos llamar, el parcial de 26-2. Para ganarlo, como dice Scola, sufriendo y con el tiro del final. No hacía más que volver a preguntarnos, ¿Daba para más o es mucho más de lo que esperábamos en la previa?
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